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ARTÍCULO SOBRE MÉXICO

Gracias a Sonsoles Echávarren, este es el artículo que publicaron el pasado 6 de mayo en el Diario de Navarra sobre la cooperación que hicimos en México el año pasado. 

Es difícil imaginar que cada año suceden una media de quince mil terremotos. Es cierto, que reseñables no superan la centena, pero el dato de que la tierra está en constante movimiento tectónico, es significativo. Los sismólogos afirman que por suerte la mayoría ocurren en zonas despobladas, aunque al ritmo que crecemos, en poco tiempo no se librará nadie.

Echando un vistazo a la historia, el peor terremoto a nivel humano, ocurrió en 1556 en China, y se llevó cerca de un millón de personas, el 60% de la población existente en esa región. Sólo pensar que Navarra y La Rioja desaparecen de un plumazo, asusta. El más cercano, fue el 12 de enero de 2010, cuando en Haití, más de trescientas mil personas perdieron la vida. Ocho años después de la tragedia, aún siguen sacudiendo el polvo y levantando casas. La paradoja es que la mayoría de las catástrofes suceden donde es complicado recuperarse.

El pasado 7 de septiembre, entre Oaxaca y Chiapas, hubo un terremoto de 8,2, el segundo más fuerte de México en el último siglo. Dieciséis días más tarde, con el eco del primero en la cabeza de los mexicanos, ocurría otro en Puebla. La parte buena, es que entre los dos, las víctimas no llegaron a quinientas. Ya en su momento, me surgió la reflexión de que estamos acostumbrándonos de tal manera a escuchar en las noticias que un suceso conlleva “x” muertes, que hemos dejado de asombrarnos. Si los números son de varios ceros, la sociedad se echa las manos a la cabeza lo que dura el telediario, más allá de ese día, cualquier recuerdo es una casualidad. Entiendo que no podemos tener presente cada acontecimiento del mundo, pero rozamos un alzheimer social alarmante. Lo peor es cuando la importancia de una catástrofe la reducimos a cifras. “Ha habido un terremoto en México, pero sólo han muerto cien”.

Esa cifra que parece insignificante, supuso unas pérdidas económicas de miles de millones de euros, más de cien mil viviendas afectadas, escuelas, hospitales, carreteras, negocios… A no ser que te dediques a ello, no es fácil acudir en el momento de la catástrofe para cooperar. Aún y todo sabíamos que en algo podríamos ayudar, aunque fuera dos meses después. Entramos en contacto con Nancy, una médica local que pedía voluntarios en San Blas de Atempa. La razón principal, que debido al segundo terremoto en Ciudad de México, todas las ayudas se desviaron allá y el istmo quedó desatendido. Otra razón, y es triste, que gran parte de las ayudas en camino, desaparecían o se corrompían por los políticos. El 15 de noviembre, la familia Pérez Zacarías, nos esperaba en el aeropuerto de Huatulco para acogernos durante dos semanas. No habrá manera de compensar su generosidad. Como equipaje, a parte de las ganas, dos maletas llenas de medicamentos donados por la Asociación retina de Navarra, y mil euros del Ayuntamiento de Tafalla.

Habían pasado dos meses, y aunque se notaba que la vida había vuelto a la normalidad, lo cierto es, que desde el primer terremoto, los habitantes habían sentido más de nueve mil réplicas. Todos los días que estuvimos allí, la tierra tembló. Para nosotros era casi imperceptible, pero a Nancy se le cortaba la respiración con cada uno. Ahí es cuando te das cuenta del miedo que vivieron, tanto, que ya no dormían en sus camas, si no en colchones en el salón, para estar más cerca de la calle.

En este tipo de situaciones, se nota el poder económico de un país, en las calles había escombros a cada esquina, a la espera de que alguna partida del municipio se destine a la limpieza. Eso era lo de menos, las subvenciones estimadas para los que habían perdido sus casas eran de risa y para variar, muchas familias sin apenas desperfectos recibían ayudas por enchufe. Con ese panorama, uno piensa que necesitaría años y mucho dinero para ayudar en condiciones.

Nancy, después de sus jornadas maratonianas como médico de urgencias, aún le quedaban ganas para dar consultas gratuitas en los pueblos sin recursos. Esa fue nuestra labor principal. Ir con una furgoneta cargada de medicamentos, una mesa, cuatro sillas y una báscula. Un pueblo a 15 kilómetros del hospital más cercano, parece no necesitar ayuda, sin embargo, la sanidad pública en esa zona es un desastre, y la privada, impensable para personas que un medicamento de tres euros, es un lujo. El primer día, al escuchar por la megafonía consultas gratuitas, creíamos que iba a ser un fracaso, afortunadamente, nos equivocamos. Desde las casas, iban saliendo niñas, abuelos, mujeres y hombres, algunos para un simple chequeo, pero otros muy enfermos.

Quince días dando consultas en diferentes pueblos afectados, donde además, en el último, llevamos unos 900 kilos de comida. Uno cree que cualquier cosa que hagas o lleves es insuficiente, pero la respuesta de la gente, nos demostraba que no, que por pequeña que parezca, cualquier ayuda es buena. No hace falta decir, que en todos los sitios, siempre alguien traía fruta, café o te invitaban a comer a sus casas. Lo que dieses, ellos lo devolvían por diez. México seguía exactamente igual a nuestro regreso, pero por lo menos, trescientas personas tuvieron la atención sanitaria que merecían, aunque fuera sólo un día.

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