Este es el artículo que me ha publicado el Diario de Navarra sobre la experiencia en Haití.
Haití siete años después:
Es mediodía en el caribe, dos turistas se mecen en las hamacas de la terraza, a la sombra, con vistas a la playa privada, impoluta, de postal. El agua rompiendo en la orilla, las palmeras y los pájaros son los sonidos del paraíso. Todo sería perfecto, si al salir de esa burbuja caribeña, no existiera la más absoluta de las miserias.
Haití es la niña pobre del caribe, la melliza de República Dominicana que salió mal parada en el reparto de la fortuna. Lo cierto es que puedes viajar a cualquier lugar del mundo y huir de la verdad alojado en estos edificios de fantasía. Haití no es menos, y salpicados por la isla existen complejos que te aíslan de todo para no atormentarte. Este artículo no trata de eso, de criticar esa forma de viajar. Simplemente me sirve de contraste con lo que realmente ocurre en el día a día de este país, que es lo que a mi me interesa, la realidad que viven los haitianos, la que sufren, seamos honestos.
Ya de serie, es uno de los más pobres del mundo, cifrar su orden exacto en la lista me parece ofensivo, que no os engañe ver que uno está el cien y otro el doscientos, excepto cuatro y el del tambor, el resto sobreviven. Como decía, Haití es uno de los países más pobres del mundo y para colmo su situación geográfica lo expone a tsunamis y terremotos, pero su mayor peligro está en las políticas corruptas. Con lo que si a la pobreza, le añadimos que de vez en cuando tu casa de papel se la lleva el viento y personas trajeadas se empeñan en que no vas a salir adelante, la combinación es un agujero negro del que nunca podrás escapar.
Seguro que se ha escrito mucho sobre Haití, sobre todo tras el terremoto, pero estas verdades se olvidan rápido, y más, si en lugar de generar dinero, lo que hacen es pedirlo. Así que quiero aportar un poco de memoria y de paso contar como están. En 2010 unas 350000 personas fallecieron tras el terremoto, otras tantas resultaron heridas y más de millón y medio lo perdieron todo. Este tipo de sucesos, por suerte, provoca un efecto de cooperación y empatía inmediato. La pega es que todo lo que sube rápido, baja igual. Como dice el agricultor “a mi no me molesta la lluvia, si lo hace un poco todos los días. El problema es si llueve todo de una vez, ahí se acabó mi huerto”. Lo mismo ocurre con las ayudas internacionales, que todas llegan de golpe y a las semanas la gente piensa que Haití ya está a pleno rendimiento. “Con todo el dinero que se les ha dado… ¿malo sea no?”
Ese el problema, que no solo les llega mucho en poco tiempo, si no que encima se gestiona mal y se corrompe. Después de siete años y con los más de 2500 millones de euros destinados, que yo sepa, seguro que han habido más; Haití no está bien, está muy lejos de eso. Hacía mucho que no viajaba a un país donde las miradas y la energía vital de la gente era tan baja. El blanco ya no es el que va a ayudarlos; es el que va, se beneficia y se marcha para seguir su vida. Están hartos y con razón. Mi experiencia ha sido breve, casi un mes en contacto con una docena proyectos escolares y sanitarios. Lo suficiente para hacerme una idea de sus recursos, del estado del país y de que en muchos de los casos, el dinero ayuda más a los grandes organismos que a las personas para las que va destinado.
No quiero entrar en detalles ni afirmaciones que no llevan a ningún sitio. Simplemente quiero hacer un breve repaso al día a día de un haitiano, y a la vez denunciar la mala gestión. Los campamentos improvisados desaparecieron hace ya un tiempo, están mejor, pero no mucho. La realidad es que empiezan a acostumbrarse a vivir así y dar por hecho que ese es su futuro. Vivir en un laberinto de muros rematados con concertina, con calles de tierra que se inundan cada vez que llueve, esperando colas para ser atendidos, con un sistema educativo muy precario y en muchos casos sin oficializar, rellenando cubos de agua en pozos instalados en la calle porque no hay agua en sus casas, a oscuras la mayor parte del tiempo porque el gobierno les corta la luz, desnutridos y enfermos de malvivir.
Si bien hay proyectos que se están preocupando por trabajar en desarrollo, por integrar a los beneficiarios, por valorar su opinión y sobre todo, con el objetivo de desaparecer lo antes posible de allí porque la labor está hecha. La verdad es, que en la mayoría de los casos, las ayudas internacionales se despilfarran en sueldos, dietas, vehículos, infraestructuras innecesarias… Cómo es posible que tras un terremoto se construya un estadio de fútbol cuando hay un campamento de gente hambrienta y enferma observando. Cómo es posible que se importen recursos y se contraten empresas extranjeras para reconstruir, cuando podrías contratar y usar los recursos del propio país. Cómo es posible que haya presentes ejércitos enteros, con sus tanques, sus armas, sus soldados con todo el gasto que ello supone, mientras la gente se muere de hambre. Preguntas y más preguntas sin respuesta lógica. Esto no ocurre en Haití, esto ocurre en todo el mundo, y es necesario que lo recordemos de vez en cuando, porque se nos olvida y con ello mantenemos este despropósito indefinidamente. Es muy bonito leer en el periódico que tu país ha destinado una cifra x de dinero en ayudar, pero es importante saber que en la mayoría de los casos, no llega ni el 10% porque el resto se queda en el camino. Esa es la historia, que encima esas ayudas salen de nuestros impuestos, la sociedad paga, los medios nos cuentan cuanto se destina en cooperación y te regalan una píldora de bienestar, pero la verdad es que ese dinero enriquece a los de siempre y el mundo sigue igual, estancado y sin perspectivas de futuro para más del 85% de la población. Desde mi punto de vista, es muy difícil mirar al futuro con esperanza, si lo cierto es que para muchos, no existe presente.