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ARTÍCULO SOBRE MFANGANO

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El domingo 10 de diciembre el Diario de Navarra, me publicó este artículo sobre la experiencia vivida en Kenia con los huérfanos de Mfangano.

ADOPTADO POR UN ORFANATO DE KENIA

 Hace un año por diferentes causas conocí a Sandra Borrás, una chica que ha levantado con sus ahorros, ilusión y esfuerzo, mucho esfuerzo, un lugar donde educar y acoger a casi 60 niños y niñas de la calle de Kenia. En concreto, en la isla de Mfangano del lago Victoria. Sin terminar el vídeo de su presentación, Asociación índigo, ya supe que este año viviría in situ ese lugar y sobre todo a esos niños. Llene mi boca de palabras, de esas que no se las lleva el viento, si no de las que pesan, de las de verdad y le dije que haría lo posible por ayudarla. Ella asintió agradecida, con esa mirada y sonrisa que nos hemos acostumbrado a mostrar, que se traduce en: «sé que no vendrás, pero tengo que sonreírte». La entendí y la entiendo, la sociedad ya no tiene compromiso, y todo son apoyos, hasta que todo el mundo se desdice, de la misma manera que te ofrecen una subvención de por vida, te la quitan. Por eso, y porque me imagino todo lo que habrá peleado para conseguir ayudas, es por lo que este año 2017 decidí enfocar mis esfuerzos para recaudar con mi asociación «Y os lo cuento», algo de dinero para Kenia. Al igual que ella, me he enfrentado a muchos «dame el número de cuenta que mañana te ingreso», sin ingreso posterior y a otros tantos silencios decepcionantes. No voy a engañar a nadie, sigo sin comprender como teniendo la suerte que tenemos, no somos capaces de destinar una parte de lo nuestro para ayudar a otros. La respuesta es clara, el mundo está como está, porque debe ser algo normal que nos cueste ayudar a los demás, o voy a ir un poco más lejos, no hace falta ayudar, me conformo con que seamos conscientes de que alguien necesita ayuda y no miremos a otro lado.

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Regresemos a Kenia, que es el objetivo de este artículo. Durante 2017 con ayuda de amigas y amigos hemos organizado actividades para recaudar dinero, lo importante aquí es agradecerles su tiempo y esfuerzo, porque con esas actividades y las donaciones de la gente cercana, he podido llevar 2700€ al orfanato. Con eso y unos billetes de avión me presenté el 24 de octubre en Kenia. De camino a la isla, las hogueras en protesta por las elecciones fraudulentas cortan la carretera, fue el anticipo de las revueltas que estaban por venir, y que casi no nos dejan salir del país. Poblados de calles de tierra, casas de cemento muy precarias, gente caminando por los arcenes con sus garrafas de agua, en general mucha pobreza. Varias horas de furgoneta y botes de madera para llegar hasta nuestro destino. Lo suficiente para darme cuenta del mérito que tiene levantar un proyecto como este, sobre todo si está lejos de tu casa, en otra cultura, otro idioma y además de los inconvenientes añadidos por ubicarlo en una isla de Kenia.

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A las 14:00 de la tarde del 24, a pie de lago, cuarenta sonrisas que no levantan un metro del suelo nos reciben cantando felices. Caras nuevas con las que jugar. A simple vista, una isla montañosa, verde tropical y a pie de lago, es el lugar perfecto donde vivir. La realidad es que a pesar de la magnitud, el lago Victoria está contaminado y es el causante de muchas de las enfermedades que sufren la gente que vive en él. Le añadimos, que al ser la economía base del lugar la pesca, los padres y madres se contagian de sida en sus largas ausencias. Las madres subsisten de manera ilegal y desatienden a los hijos, en muchos casos seropositivos. El resultado es una isla donde se da el mayor índice de infectados de sida y orfandad de Kenia. De un plumazo ese lugar paradisíaco a pie de lago, es aplastado por la realidad que vive la mayoría de países de África.

Nos encanta decir que en los países en vías de desarrollo no necesitan mucho para ser felices. De alguna manera es cierto, pero no del todo. Su día es mejor si tienen más comida que llevarse a la boca, si son dos vasos de cereal en vez de uno y acompañado de un pan, su sonrisa es más grande. Si les das un balón de fútbol o unas playeras nuevas para no ir descalzos, lo reciben con mucha alegría. La diferencia es que ellos saben ser felices en la precariedad y valoran mucho cada novedad que aparezca en su vida y nosotros hemos perdido la perspectiva de como vivimos.

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Os voy a contar de forma express el día a día de estos niños. Con una media de edad de siete años, bajan cada mañana con garrafas de quince litros al lago y las suben a la casa ya que no hay agua corriente. Aunque se levantan a las siete, no desayunan hasta las diez, ya que tienen que hacer fuego para cocinarles el desayuno a todos. A la mañana clases y a la tarde jugar con lo que sea en la parcela donde está la escuela. Respecto a la comida, habrá comida si no llueve, ya que no tienen todavía un sitio donde cocinar y comer a resguardo, faltan unas cuantas donaciones para ello. En construcción están las dos aulas nuevas, pero hasta ahora han usado una clase de seis por siete para dormir y educarse. Es increíble ver como montan la clase, y la desmontan para poner los colchones en el suelo y dormir todos juntos. Se me hace difícil ver a un niño europeo bajando a un lago y subir quince kilos de garrafa en la cabeza, o comer sentado en un tronco con la mano, o dormir en el suelo compartiendo manta y colchón con uno o dos niños más. Ellos lo hacen con una responsabilidad asombrosa, y sobre todo felices porque podría ser peor. Su realidad ha sido la de sufrir maltratos, desatención, explotación laboral o cosas peores.

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Hay atención sanitaria en la isla, pero no es muy buena, con los casos complicados hay que salir de ella y contando que hay casi sesenta niños contagiándose de malaria, infecciones de piel y otro tipo de casos más graves, es habitual tener que buscar una clínica más grande. Los días que estuve hubo que llevar a un niño para hacerle cuidados y fisioterapia en un brazo escaldado por sus padres. Para una sesión de hora y media, ocupan todo el día en ir y volver, por no hablar de los gastos que los viajes suponen.

Al final te das cuenta, que esas sonrisas que nos recibieron, escondían mucha necesidad de cariño. Miradas tristes que se alegraban con solo decir su nombre, con darles la mano o simplemente sentarte a su lado, y cederles un poco de calor humano. Llegué allí con la idea de ayudar a construir sus aulas y apoyar en el proyecto lo más posible. Me fui siendo adoptado por sesenta niños huérfanos, que me enseñaron mucho más de lo que podré aprender en cualquier viaje.

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