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Los de la otra orilla: Artículo de Claudia Pérez Galovart

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Este proyecto me ha dado la oportunidad de conocer a muchas personas. Una de ellas es Claudia, que ya ha estado con refugiados en Lesbos y ahora se va con proactiva. Ella es abogada y escribió este artículo para el Faro de Vigo. Un enorme ejercicio reflexivo y expositivo. Gracias Claudia.

Dicen que en Siria el aire del cielo ya no es azul. Que las bombas han convertido su agradable aroma en hedor a muerte y ceniza, que los bellos zocos son ahora cascotes y polvo, que el sonido de la artillería reina en las noches y gobierna en los días.

Los que han estado allí, cuentan que los cazas sobrevuelan las ciudades mientras que los misiles cimientan los caminos de civiles y entierran el presente de desolación.

Transcurría el mes de febrero, y más de un millón de inmigrantes habían cruzado el mar Egeo hacia Grecia huyendo de la violencia y la miseria. La guerra civil siria llevaba cuatro años de barbarie y pronto celebraría su quinto aniversario.

En los últimos años, había ejercido como abogada en un despacho en Madrid. Sin embargo, en los tiempos más cercanos, mis intereses profesionales habían cambiado de rumbo y había decidido dedicar mi carrera a la defensa de los derechos humanos.

En esa misma época, los medios de comunicación no cesaban de proyectar imágenes de lanchas de desahuciados desembarcando en las costas de Lesbos; generaciones enteras que abandonan su patria para huir de la guerra: niños, mujeres, ancianos e inválidos que aullaban de desesperación y clamaban auxilio.

Quedarme impasible ante el drama se me hizo inaceptable. De ahí a ponerme en Skala Skamineas, un pequeño pueblo al norte de la isla de Lesbos, solo fue cuestión de semanas.

Skala Skamineas, un paraíso al norte de la isla de Lesbos

Skala es un pintoresco pueblo de pescadores de unos 200 habitantes. Sus casas son pequeñas construcciones de piedra con estrechos y acogedores balconcitos de madera, asentadas sobre las faldas de una frondosa colina con vistas al mar Egeo.

El pueblo gira alrededor del mar. Sobre un espigón rocoso, se levanta una discreta capilla ortodoxa, de paredes blancas y tejas rojas. Parece una incursión de la tierra en el mar, como un faro para guiar a pescadores desorientados.

El muelle de Skala es el lugar de encuentro y ocio para los habitantes de la localidad. Allí se concentra la mayor parte de la actividad comercial del pueblo: una modesta tienda de ultramarinos con artículos de primera necesidad; tres o cuatro restaurantes en el que pernoctan añejos y asentados olores a comida; una panadería abierta durante escasas e impredecibles horas y, una itinerante camioneta que cada mañana, sin horario y sin prisa, llega al son de un ruidoso altavoz para vender fruta de temporada.

Durante los meses de invierno, las aguas del mar Egeo golpean la costa enfurecidas e imponen su brío y osadía, pero, a medida que las lluvias se sosiegan y la primavera anuncia su llegada, el Egeo vuelve a embaucarnos con sus encantos.

Skala Skamineas, de paraíso natural a epicentro de la ayuda humanitaria

Con lo que no contaba nuestro humilde pueblo de pescadores era con convertirse en el epicentro de la llegada masiva de inmigrantes.

Desde finales del año 2015, no menos de 100.000 personas, en su mayoría, inmigrantes de origen sirio, iraquí y afgano, cruzaron el mar Egeo hacia las costas griegas escapando de la guerra y la persecución, instalándose, en su mayoría, en las hasta ahora desconocidas tierras de Skala.

Sus playas han dejado de ser un paraíso para turistas para transformarse en cementerios de salvavidas; sus habitantes han descuidado sus profesiones para dedicarse a los primeros auxilios; sus pescadores han abandonado la pesca de bajura para emplear sus barcas en operaciones de rescate. Skala se ha erigido en un ejemplo de humanidad y humanitarismo sin precedentes.

Los lugareños y los voluntarios, el haz y el envés de la solidaridad

El 27 de octubre de 2009, el viento del norte soplaba inclemente y despiadado. Una embarcación, procedente de Afganistán, zozobraba contra las escolleras cercanas al faro de Korakas.

Stratos Valamios y sus dos amigos, pescadores de Skala, se acercaron en su barco de pesca al lugar de siniestro. Allí, entre las embravecidas olas, flotaban los cuerpos de las más de 20 personas que viajaban en la lancha. Stratos, no lo dudó, y se lanzó al agua logrando salvar a 10 de los náufragos.

Desde ese día, a Stratos se le conoce en el pueblo como “The hero”, el héroe. Y es que su altruismo y su generosidad durante todos estos años le han llevado a conseguir el más alto de los reconocimientos: la nominación para Premio Nobel de la Paz.

Pero Stratos no es el único héroe. En Skala existen muchos otros héroes desconocidos; aquellos que todos los días comparten lo que tienen con los que llegan: el panadero su pan, el jubilado su tiempo, los niños sus juegos, las familias su comida. Es una red solidaria que se teje día a día.

Asimismo, de la noche a la mañana, ha surgido un movimiento de voluntarios dispuestos a suplir la presencia de las grandes ONGs y la falta de interés político de las instituciones locales y europeas. Son miles las personas procedentes de todos los lugares del mundo que, dejando atrás la comodidad de sus países, se han desplazado a esta localidad. Constituyen la otra parte de la red.

Desde el faro de Korakas, los voluntarios vigilan, día y noche, la llegada de las embarcaciones e informan a los equipos de rescate sobre su posicionamiento para que puedan salir inmediatamente en su búsqueda.

Una vez realizadas las operaciones de salvamento, las lanchas son remolcadas hasta la playa. Ahí son atendidos por organizaciones que proporcionan cuidados de primera necesidad.

Proactiva Open Arms, salvando vidas

Hace unas semanas comparecía en el Parlamento Europeo , Oscar Camps, el director de la empresa de salvamento Pro-activa y fundador de la ONG de Badalona Proactiva Open Arms. Camps intervenía como invitado especial para relatar ante las instituciones europeas el trabajo que los socorristas de su ONG desarrollan en las costas de Lesbos.

La fortaleza del discurso de Camps residió en la emoción que envolvía cada palabra que pronunciaba. Era como si de cada línea que leía, surgiesen nuevas oportunidades de vida en el agua. Y es que puede que sea cierto aquello de que los sentimientos más bellos del alma se forjan en las experiencias del drama y del dolor.

Decía lo siguiente «Yo no soy jurista, ningún voluntario de la ONG Proactiva Open Arms lo es. No podemos hablar de derechos humanos desde el conocimiento del derecho. Pero sí sabemos una cosa: el derecho humano más preciado que existe, el derecho humano primigenio que da sentido a todo lo demás, es el derecho a la vida. Y para salvaguardar este derecho trabajamos nosotros en Lesbos. Desde que llegamos a finales del verano pasado. Esto es lo que hacemos: salvar vidas. Y lo hacemos cada día. A veces nos preguntan si nos sentimos útiles. Está claro que nos sentimos. Hacemos lo máximo que un ser humano puede hacer por otro: salvar su vida. Y eso es lo que seguiremos haciendo hasta que esta Europa desmemoriada no garantice vías seguras para nuestros hermanos»

Y es verdad. Ninguno de los miembros de la ONG Proactiva sabe de derecho ni de leyes pero todos ellos comparten su afán por garantizar el derecho más fundamental del ser humano: el derecho a la vida.

Cuando Camps y su equipo llegaron a Grecia en septiembre de 2015, en Skala no había ayuda humanitaria, no había voluntarios, no había ONGs, no había nada. Solo el humanitarismo y la solidaridad de los vecinos aliviaba la arribada de las más de 20 embarcaciones que desembarcaban cada día en las playas de ese pueblo.

El paisaje era desolador: los desvencijados chalecos salvavidas cubrían las playas ensombreciéndolas de tonalidades rojizas y, la afluencia y la muerte de los refugiados en el mar era incesante. Por eso, cuando el equipo de rescate llegó a Skala no dudó en hacer lo que mejor se les da: salvar vidas.

Los miembros de Proactiva se alojan en el “To Kyma” un modesto y familiar hotel situado a escasos metros de la orilla de la playa del pueblo. En él, comen, duermen y descansan. Se ha convertido en su centro de operaciones. Por las noches o cuando encuentran un momento para reunirse, hace briefings del día, analizan las emergencias y forman equipos de trabajo. Son conscientes que están ahí para salvar vidas, y por eso, se toman pocas libertades para descansar. Es algo así como un “cuartel”, como a ellos mismos les gusta definirlo, en el que siempre hay un equipo de guardia, mientras los demás se encuentran en stand-by.

Con su labor, Proactiva ha logrado producir un fuerte y espontaneo movimiento de apoyo y de donaciones. Hoy, siete meses después, la ONG de Badalona ha conseguido recaudar más de 400.000 euros.

Lighthouse Relief, un lugar bajo el sol

En la orilla de las playas de Skala , cubiertas entre sombras de olivares, se encuentran las tiendas del campo de refugiados de la ONG Lighthouse Relief, una pequeña organización de origen sueco.

Se trata de un campamento de tránsito que proporciona cuidados de primera necesidad a los inmigrantes que desembarcan en las playas del norte de la isla.

A su llegada, los voluntarios les proporcionan ropa seca y de abrigo. El camino que les espera por Europa es largo y es importante que se preparen para frías e invernales temperaturas. Una vez atendidas sus necesidades básicas, se les ofrece sándwiches, galletas, te, café y biberones para los más pequeños. Todo ello a la espera de ser recogidos por las furgonetas de ACNUR que los traslada a los centros de identificación y registro.

Su peculiar estructura y decoración, lo asemejan a un campamento hippie: mágicas luces de colores tendidas entre las perecederas hojas de los árboles, corazones y símbolos de la paz esbozados en los troncos, una humeante chimenea con sillas a su alrededor que sirve de centro de reuniones a los voluntarios… .

El campamento de Lighthouse, es un lugar donde a pesar de los pesares, la tragedia y la magia conviven durante unas pocas horas. Por las noches, en los momentos de tranquilidad, los voluntarios y los refugiados se sientan alrededor del fuego para compartir vivencias. A veces hablan en inglés, otras con gestos, y muchas, hablan sin decirse nada. Otras simplemente lloran o se abrazan. En esos momentos la humanidad vuelve a existir. Aunque solo sea por unas horas.

Pero amanece. Un día más, a la llegada de las embarcaciones solo acuden los voluntarios. Ni las grandes ONGs, ni las agencias europeas, ni las autoridades griegas están presentes. Es como si la vida de los refugiados no les importase, como si su vida o su muerte en el mar les fuese ajena, como si solo tuviesen derecho a ser numerados.

Las mafias de Izmir, el lado más mísero de la condición humana

La ruta hacia Europa de los inmigrantes empieza, en la mayor parte de las ocasiones, en la ciudad turca de Izmir, desde donde se pueden divisar las islas griegas de Quios, Kos o Lesbos.

A pesar de que la distancia entre las playas de esta localidad y cualquiera de estas islas no alcanza los 10 kilómetros, las malas condiciones de las lanchas y la desafiante bravura del mar hacen que muchos de ellos pierdan la vida durante la travesía.

El día anterior a la salida, los «simsar», nombre con el que se conoce a las mafias turcas, les obligan a alojarse en inmundos hostales de la ciudad. Ahí les agolpan y les fuerzan a pasar la noche. Esta práctica de control e intimidación tiene como objetivo evitar cualquier arrepentimiento en su decisión de subir a los dinguis o botes hinchables. Alea iacta est.

En las lanchas viajan apiñadas unas 50 personas, previo pago de entre 1000 y 1500 euros (el mismo billete comprado “legalmente” cuesta unos 10 euros).

Las mafias normalmente forman parte de redes de traficantes mucho más extensas controladas desde Estambul. Son “agencias de viajes” dedicadas al tráfico de seres humanos; redes ilegales que nacen del estado de vulnerabilidad y necesidad de sus vecinos. Muestran el lado más mísero y avaro de la condición humana.

Los refugiados son víctimas de continuos abusos y engaños. Una vez embarcados, nadie les acompaña, no hay capitán, no hay tripulante, no hay nada. Son ellos mismos los que sin conocimiento de motores ni de mar, tienen que capitanear la lancha durante horas. Solo la ilusión de huir y la esperanza de una vida mejor les guía y protege en su travesía.

Campo de refugiados de Moria, de centro de registro a centro de detención

El campo de refugiados de Moria es un antiguo penal militar, de paso obligatorio, situado a unos 70 kilómetros de Skala Skamineas y a unos 9 kilómetros de Mitilene, la capital de Lesbos.

Su fachada exterior fotografía el horror y la indignidad. Los muros de esta perfecta distopía, están formados por enormes bloques de hormigón y vallas de más de tres metros de altura sobre los que se alzan alambradas de concertinas y espino. En el interior abundan las cámaras de seguridad, las torres de vigilancia, la policía, las rejas, el alambre y la incertidumbre.

El centro de Moria funciona bajo la gestión del Ministerio de Inmigración griego y dispone de una capacidad para acoger a unas 1200 personas. Sin embargo, Moria recibe en sus instalaciones a más de 2000 refugiados al día, casi el doble de su cabida.

Se trata del único centro de registro de los cinco que la UE previó construir en Grecia. Es lo que desde la jerga de Bruselas llaman “hotspots” o “puntos calientes”. En él, los agentes de Frontex, identifican a los migrantes. El proceso de registro puede tener una demora de entre uno y cinco días, dependiendo del número de barcos que desembarquen en las costas y de los agentes disponibles.

A medida que van llegando y esperan su turno, los refugiados son ubicados en grises y inhóspitos barracones. Estos refugios colectivos tienen una capacidad para acoger a unas 25 personas, aunque, en la mayoría de los casos, duermen, encogidas en el suelo o sobre finas literas de tela plastificada, una media de 60 personas.

Registrarse no les reconoce derecho a asilo, ni les escuda en su posterior viaje por el continente europeo; se trata simplemente de un permiso temporal: una fotocopia DINA4 mecanografiada y sellado por el Gobierno griego que tan solo les permite moverse en su territorio.

Moria cuenta con la presencia de las grandes ONGs y de las agencias internacionales que están operativas 24 horas al día y alivian su dura estética. Estas organizaciones, entre las que se encuentran ACNUR, Médicos Sin Fronteras, Save the Children, Oxfam, Samaritan’s Purse, el Consejo Danés de Refugiados y la Cruz Roja, gestionan el funcionamiento interno del campo y aportan calor y humanidad a un lugar donde estos términos parecen haber perdido el significado. Sin ellos, Moria no seria un lugar apto para humanos.

Día tras noche y noche tras día, estas organizaciones prestan asistencia médica, se encargan del reparto de comida, de la ubicación de los migrantes en los barracones, de la traducción de los trámites de registro, del a organización de los dispensarios de ropa, de la preparación de biberones y comida para los bebés etc.

Con la entrada en vigor del reciente acuerdo entre la UE y Turquía, Moria ha sido reconvertido en centro de detención y ha sido desalojado de voluntarios. Familias enteras se encuentran confinadas en su interior sin derecho a salir del recinto. Los niños les preguntan a sus padres si han hecho algo malo para estar encerrados. No entienden que delito han cometido para no poder jugar libres.

La poca humanidad que habitaba en el centro ha desaparecido. Ahora solo quedan tinieblas.

Idomeni, el infierno también existe en la tierra

El paso fronterizo de Idomeni marca el inicio de la ruta de los Balcanes, un lugar recóndito y miserable situado en la frontera de Grecia con Macedonia, en el que se encuentran confinadas unas 12.000 personas a la espera de la apertura de sus puertas.

Las autoridades macedonias abren y cierran la frontera de manera arbitraria, manteniendo a los inmigrantes en un constante estado de ansiedad. Por las noches, cuando los estrictos controles fronterizos se adormecen, muchos refugiados tratan de saltar la valla de púas y alambre que separa a los dos países. En la mayor parte de los casos, son brutalmente devueltos al campamento por la policía que no duda en responder con gases lacrimógenos y palizas a aquellos que intentan esquivarlos.

La falta de información sobre la apertura de las fronteras provoca que los rumores en el campo sean constantes. Así, hace unas semanas, surgía la llamada “marcha de la esperanza”, en la que más de 2000 inmigrantes, guiados la errónea información contenida en unos folletos, trataban de sortear los controles cruzando las aguas de un rio helado.

Idomeni es un infierno que se enrojece a medida que pasan los días y la desesperación se extiende. En el interior, la situación es lamentable; las finas tiendas de campaña, levantadas sobre el sucio y mojado barro, albergan a más de 200 personas cuando su capacidad máxima es de 50; los niños, agotados, vagan de un lado a otro; las colas para acceder a la comida y a los centros médicos son interminables, los hombres hacen hogueras en el exterior de las tiendas para resguardarse del frio, y algunos, se han prendido fuego en señal de protesta.

En Idomeni tienen frio, tienen miedo, tienen sed. Es como si Dios hubiese decidido olvidar este lugar de la tierra. Una vez más, solo las manos desinteresadas de los voluntarios han viajado a este barrizal de desolación. Europa, ¿dónde estás? ¿dónde han quedado tus principio y tus valores?.

Acuerdo UE- Turquía, de refugiados a repudiados

Hace unas semanas la Unión Europea y Turquía firmaban un acuerdo mediante el que acordaba devolver a Turquía a todos aquellos migrantes llegados a Grecia después del 20 de marzo. Si bien el acuerdo establece que cada caso deberá de ser estudiado de forma individual, lo cierto es que el pacto migratorio es de dudosa legalidad de conformidad con los postulados de la Convención de Ginebra.

El compromiso se materializa en el desembolso de 6000 millones de euros por parte de la UE en concepto de fondos de asistencia para los refugiados, la eliminación de los visados a los ciudadanos turcos para entrar en Europa y la reapertura del proceso de adhesión de Turquía a la UE, o lo que es lo mismo, condescendencias políticas en detrimento de vidas humanas.

Con este pacto, la UE ha lacrado sus fronteras y ha convertido en centros de detención los barracones de los campamentos de registro. Los centros oficiales de Moria y Kara Tepé han sido evacuados de voluntarios, revestidos de seguridad, y sellados de miedo e incertidumbre, transformando así sus fantasmales e inhóspitas instalaciones en prisiones en las que los migrantes aguardan su deportación sin ningún tipo de información.

Asimismo, los campamentos informales, autogestionados por voluntarios sin adscripción o por pequeñas ONGs, tales como como el Campo de Olivos de Moria, han recibido orden de desalojo y han vaciado sus instalaciones.

Ante esta situación, muchos de los voluntarios se han visto despojados de funciones y han decidido marcharse para prestar su ayuda en el paso fronterizo de Idomeni y en el puerto del Pireo.

Por su parte, las grandes ONGs, hasta ahora encargadas de gestionar la asistencia básica en los campamentos oficiales, se han retirado de los centros de Moria y Kara Tepé, en protesta por su conversión en centros de detención. Ya no queda nada del Lesbos que hace unos meses construyeron los voluntarios. Tampoco de aquel que las ONGs trataron de mejorar con su trabajo. Ahora, Lesbos es algo parecido a centro de deportaciones en el que los inmigrantes aguardan a la espera de ser enviados a la “segura” Turquía.

Los sencillos sueños de millones de personas se han esfumado. Europa no solo los repudia, sino que ahora también les aguarda en las orillas para condenarles y deportarles. Escapar de la guerra se ha convertido en un delito en nuestro continente.

La UE ha cerrado la ruta de los Balcanes. Pero rendirse no es una opción cuando la alternativa es vivir en un país en guerra. Cuando la única elección es la muerte, se lucha por la vida.

Pronto se abrirán nuevos caminos y con ellos nuevos senderos de esperanza pues el terror a las bombas es más poderoso que la incertidumbre de nuevas fronteras.

Hoy o mañana, en Lesbos o en Lampedusa, en cualquier ruta del Mediterráneo que se trace, siempre surgirá un pueblo como Skala Skamineas. Un Skala sencillo y fraterno como el que yo conocí, que quizás no conozca de Derecho pero que sí de los derechos más preciados, el de la vida y el la dignidad.

En cualquier pueblo, no importa en que lugar, siempre habrá habitantes y voluntarios que, estremecidos por los gritos y alaridos de los niños, correrán hacia la playa para salvar a sus hermanos de la otra orilla .

También en mí ha nacido Skala Skamineas. No en mi nombre tanto dolor.

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