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RELATO EN REVISTA KUBUKA

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María, la encargada de comunicación de Kubuka, me propuso escribir un texto breve sobre el viaje hacia Kubuka. Os dejo una mirada transversal del viaje para que sea ágil leerlo. No dudéis de que detrás de esa experiencia, hay muchas emociones vividas con mi compañero, reflexiones y orgullo de haber ayudado a personas que lo necesita conociendoles de cerca , apoyarles económicamente, y sobre todo, por divulgar su labor.

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Rumbo a Kubuka

Me acuerdo el día que Alaitz me contó que su hermano Joseba, trabajador de Kubuka, daba una charla en su pueblo para mostrar la labor que hacen. No me venía ni bien, ni cerca, pero sabía que tenía que escucharle. A veces uno tiene que dejarse llevar por la intuición. Sin acabar la charla, marqué en la agenda de la asociación, “ayudar a Kubuka en el verano de 2018”.

Desde septiembre de 2017 hasta pisar la arena del campo de fútbol de Mwandi el 25 de agosto de 2018, conseguimos recaudar 4200€ para apoyarles. No sólo quería aportar dinero, quería verlo, conocer a las personas que lo hacen posible y sobre todo, sus proyectos.

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Unos van a los sitios en línea recta, otros, eligen el camino largo. En este viaje, fui de los segundos. Junto a mi amigo José Cruz decidimos recorrer en bici Zambia, Malaui, Mozambique y Zimbabwe. 2400km hasta cruzar la última frontera en el río Zambeze. Queríamos montar a todos los donantes en nuestra parrilla y que vivieran el viaje hasta Kubuka, como si fuéramos nosotros. Día a día subíamos al Facebook dos cosas, una historia sobre la ong y un vídeo sobre la etapa. Durante un mes pusimos Livingstone en el centro del mapa, todos los que nos habían apoyado durante el año, nos acompañaban en nuestro viaje, disfrutando las historias de las personas que nos cruzábamos, de los paisajes, de nuestras aventuras y lo más importante,  conocer los proyectos que nos esperaban al final del camino.

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Cada kilómetro merecía el esfuerzo. Aprendimos de la generosidad de los africanos, su sonrisa permanente y de que nos queda un largo camino para ser humanos. Después de cuatro fronteras, el broche al viaje, lo puso un recibimiento muy por encima de lo que nos merecíamos. Fue el momento más bonito de todo el viaje. No pudimos evitar las lágrimas y fundirnos en un abrazo rodeados de los niños y niñas de la comunidad de Mwandi.

Tras diez días en contacto con los proyectos y sus beneficiarios, el 4 de septiembre regresábamos a España. El objetivo marcado en la agenda hacía un año estaba cumplido y sobre todo, cada gota de sudor, había valido la pena.

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